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Tres tiros en la cabeza: retazos de la violencia femicida


Detalles
Publicado: 07 Marzo 2021
  • Feminismos
  • Femicidios
  • Violencia de Género

Un comerciante de Santa Rosa, un insignificante hombre de Santa Rosa, ve a una mujer con un pañuelo verde y desea en voz alta que le den tres tiros en la cabeza. 

Por Cintia Alcaraz.

A ella, una mujer que milita el derecho al aborto, que entra a su tienda a comprar un retazo de tela, le augura la muerte merecida. A ella y a todas las que son como ella.

“Después no quieren que las maten, tres tiros en la cabeza habría que darles”, dijo Oscar Hernández a otro hombre que estaba en su comercio. Se lo dijo así, sin más, sin culpa, sin reflexión. Se lo dijo porque lo siente, porque tiene la seguridad para hacerlo, porque cuenta con la complicidad del pacto entre varones.

Apuesto a que el 90% de las personas que entran a esa retacería son mujeres. Apuesto a que este hombre diminuto, intrascendente, aprovecha ese minúsculo lugar de poder, de “autoridad”, para disfrutar la violencia machista contra sus clientas, su mayor fuente de ingresos. La síntesis perfecta y más barata del patriarcado capitalista. 

El "episodio" ocurrió el último sábado al mediodía y tomó estado público debido a que las víctimas de esta violencia son militantes feministas y a que la testigo, otra clienta que estaba en el lugar, también lo es y decidió intervenir.

El "episodio” no es en sí mismo un delito, tal vez ni siquiera una contravención. Es una más de las pastillas violentas que tragamos paso a paso las mujeres y disidencias en una cultura que no niega su voluntad de muerte, de castigo, de disciplinamiento hacia quienes ejercemos activamente nuestros derechos.

¿Dijo algo al respecto la Cámara de Comercio? ¿Salieron a repudiar institucionalemente al comerciante que ejerció semejante ataque contra una mujer en vísperas de un día de lucha contra la violencia machista? ¿Se comunicaron con las feministas que fueron atacadas para brindar su apoyo? ¿Qué rol le cabe a las municipalidades que habilitan los comercios? ¿Cómo se regula el comercio cuando, por lícita que sea la actividad, representa un riesgo para nosotras?  

Al patriarcado históricamente lo pusimos en evidencia las feministas. Atrás, muy atrás, vinieron los partidos políticos, los gremios y las organizaciones sociales. Las feministas nos organizamos y nos repartimos la tarea de instalar las batallas en cada baldosa que pisamos, de forzar una escucha que no sucedía y que era resistida por los privilegiados de todos los sectores. Trabajamos desde los bordes, nos aferramos a las hilachas y desde ahí tejimos la trama que nos une.

Las feministas asumimos la interseccionalidad de la problemática, el enfoque comunitario, disidente y de clase, la herramienta artivista, la demanda política institucional, las luchas intestinas en nuestros espacios colectivos.

Pero nada de eso es suficiente. El odio hacia nosotras subsiste y se replica en las voces que no se conmueven con las cifras que azotan nuestras cuerpas dolientes. Las voces que están ahí para recordarnos que no se alarman frente a la violencia sexual, que son indolentes a un femicidio por día, que no registran los travesticidios, que festejan nuestro empobrecimiento y las restricciones para acceder a derechos básicos.

A esa cultura que inventa un dolor hipócrita de vez en cuando para expiar su responsabilidad frente a nuestros asesinatos, le haremos sentir que ya no está segura cuando alguna de nuestras halconas vigías observa un ataque. Nos cuidamos entre nosotras no es un slogan, es una estrategia de supervivencia colectiva. La halcona puede ser cualquiera, porque nos hemos reproducido en el espanto, pero también en el deseo de vida y libertad.

A esa sociedad no le importa Camila Guevara, ni Andrea López, ni Flavia Fernández, no le importa nínguna víctima de femicidio. A esa sociedad no la guia  ignorancia, la guía el odio. Debemos tenerlo claro. 

A esa sociedad, a esa cultura, a esa política, a ese capital, le advertimos que las paredes no estarán bien y nosotras no estaremos mansas.



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